He de confesar que antes de aquellos días de marzo del 2020, cuando todos empezamos en cascada a darnos cuenta de nuestra fragilidad milenaria, no te conocía muy bien. Es más, no era muy consciente de que siempre habías estado allí en los momentos más difíciles, en circunstancias de dolor, donde me protegiste sin que yo me diera cuenta.
Desde entonces, han sido dos años largos de encuentros y desencuentros, en los que hemos caminado juntos por una vida extraña que nos unió a la fuerza, que nos puso al uno en el camino del otro convirtiéndonos en un todo capaz de hacerle frente a semejante amenaza y de la cual me siento orgulloso de haber salido adelante, algo que por supuesto sin tu ayuda hubiera sido imposible.
Recuerdo esas primeras semanas cómo te sentía como un estorbo para mi cotidianidad. Eras como una barrera indeseable que se interponía entre mi alegría característica, mis carcajadas espontáneas, mis comentarios en voz alta, mis opiniones acaloradas y ese mundo surrealista que ahora me miraba inexpresivo y temeroso.
Si antes de ti, todo era tan distinto. Tú fuiste la expresión palpable de que todo había cambiado para siempre o al menos eso pensamos todos, cuando poco a poco te fuimos aceptando con resignación impotente, teniendo que ir contigo a todas partes. Contigo pasamos a no poder respirar con fluidez, a cansarnos más rápido de lo habitual y en muchos casos a padecer transpiraciones y alergias ocultas.
Mi tapabocas querido
Pero te fuiste metiendo en nuestras vidas como uno más de la familia. Es cierto que, al igual que yo, al principio nadie te quería. Poder contar contigo en aquellos tiempos era costoso, incómodo y hasta enredado porque no sabíamos si tu naturaleza sintética y desechable era más beneficiosa que algunas de tus versiones en tela lavable.
Como no recordar esos días en que llegabas cual salvador a la casa, porque contigo era posible ir cada cierto tiempo a comprar cosas básicas, viendo el universo desolado del confinamiento, en calles solitarias, inmuebles cerrados, locales con sellos lúgubres y uno que otro vehículo fantasma andando por la ciudad solo habitada por los domiciliarios y su labor definitiva.
Eras insoportable. Verte cubriendo el rostro de los corresponsales de los noticieros, de los repartidores, de los profesionales de la salud, de uno, del otro, alocuciones presidenciales contigo en cada boca y nariz, en el internet, en el diario de la mañana, en la actualización de la noche. Llegué a tener pesadillas de una galaxia paralela en la que tú no estabas.
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Nos estábamos agotando de ti. Gente en países lejanos protestaban por tu presencia obligatoria e invasiva, no llegaste nunca a comulgar con nuestras gafas. Eso salió mal desde el primer momento. Como tampoco te entendiste con quienes te usaban al revés o al derecho, hacia arriba, hacia abajo. Se te encontraba en tonos pasteles, colores vibrantes, tonos de temporada, materiales de moda y como olvidar a los carretilleros que cambiaron cebollas, tomates zanahorias y pimentones, por cajas repletas de ti con la oferta del momento.
Te fuimos aceptando y al final lo nuestro se volvió una relación de dependencia, que hizo que mansamente fuéramos encontrando las cosas buenas que siempre nos diste y que nuestras mentes indignas no lograban reconocer en el fuego de la rabia de tener que reconocer sin reparos, que sin ti no podíamos vivir, literalmente.
Hoy vemos con nostalgia que la vida vuelve a girar y ahora ya nadie nos obliga a estar juntos en casi ningún espacio. Bien podría darte en estos momentos las gracias, colgarte en un recuadro de la pared principal de mi casa en algún lugar de los recuerdos lejanos, pero siento que esto no es un adiós definitivo, sino un hasta siempre.
De mi vida no sales. Llegaste por obligación, pero ahora te quedas por convicción, porque creo que no podremos olvidar nunca tantas cosas buenas que nos diste. El gobierno podrá decir lo que quiera, pero andar contigo o sin ti ya pasa a ser una decisión personal y ahora que tanto te hemos llegado a conocer y a sentir, no es hora de darte la espalda y tirarte al caneco como el estorbo que jamás fuiste.
Tapabocas, mascarilla, barbijo, máscara o como te quieran llamar: te escribo para darte las infinitas gracias por todo lo que has hecho por mí, mi familia, mi comunidad, mi raza humana, por las millones de vidas que salvaste, no solo porque espantaste el agreste Sars Cov 2, sino porque también nos ahorraste más de una gripa y acaso otras enfermedades.
Seguro te seguiré viendo porque el camino es largo. Ahora eres mi amigo y los amigos son para toda la vida. Salud por tu existencia, por todas las personas que le han puesto la cara a esta peste, ruegos para que nunca jamás se baje la guardia y que a ti te pasen las mejores cosas. Un saludo y no nos olvides.